La celebración fue presidida por el Obispo Diocesano, Mons.
Luis Urbanc, y concelebrada por el Delegado Episcopal de la Pastoral Familiar,
Pbro. Eduardo López Márquez, el asesor del Movimiento Familiar Cristiano, Pbro.
Ángel Nieva, además de sacerdotes del
clero local y otros llegados de las provincias de Santiago del Estero y Buenos
Aires.
La liturgia estuvo a cargo de la Pastoral Familiar y los
miembros del Movimiento Familiar Cristiano de la Diócesis de Catamarca.
En su homilía, Mons. Urbanc reflexionó a partir de la
Exhortación Apostólica del Papa Francisco ‘Amoris Laetitia’ (ver texto completo
a continuación).
Durante la ceremonia los matrimonios presentes renovaron sus
promesas ante la Madre Morena del Valle.
Luego de la Comunión, se invitó a subir al altar a las
mujeres embarazadas presentes junto a sus familias para recibir una bendición
especial del Pastor Diocesano.
Procesión con antorchas
A continuación, el Rector del Santuario Mariano, Pbro. José
Antonio Díaz, anunció el inicio de la procesión con antorchas en honor a la
Inmaculada Concepción, explicando que desde el año pasado se retomó esta
antigua tradición de devoción a la Virgen del Valle como inicio de las
celebraciones en vísperas de la Solemnidad de la Pura y Limpia Concepción.
Con cirios bendecidos, miles de fieles devotos y peregrinos
caminaron alrededor de la plaza 25 de Mayo, meditando las 7 maravillas de la
Virgen del Valle, entre las que se relata el hallazgo de la Imagen y los
milagros más reconocidos por la devoción popular.
TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA
Queridos devotos y peregrinos:
En este noveno día de nuestra novena, en el que rinden su
homenaje a la Madre del Valle las Familias, se nos propuso reflexionar acerca
de cómo Dios reconforta y fortalece a los discípulos-misioneros. Bienvenidos
todos a esta celebración vespertina.
Tanto en la primera lectura del Génesis, como en el texto de
Lucas se nos presenta la realidad querida, creada, redimida y santificada por
Dios que es el matrimonio y la familia.
Es por eso que voy a reflexionar con ustedes y para ustedes
a partir de la Exhortación Apostólica ‘Amoris Laetitia’. Como frase motivadora
tomo la siguiente: "Cada matrimonio es una historia de salvación, y esto supone
que se parte de una fragilidad que, gracias al don de Dios y a una respuesta
creativa y generosa, va dando paso a una realidad cada vez más sólida y
preciosa” (AL, 221).
La fragilidad, con que cada persona afronta la tarea de
"vivir su propia familia”, tiene una de sus raíces en el ambiente, convertido
en tóxico por la magnitud de lineamientos y comportamientos contrarios a la
vida familiar y por ideologías que los justifican y buscan imponerlos. Todo
aquello que hace nocivo el hábitat en el que debe desarrollarse la vida
familiar se encuentra denunciado por el Papa Francisco en diversas partes del
documento: desde el aborto, la eutanasia, la ideología de género, el maltrato
infantil y las situaciones laborales injustas.
Pero a los ojos del Papa hay otro enemigo más letal que
amenaza la consecución del proyecto familiar. Éste empolla en el corazón de
cada ser humano y no en la sociedad; es el egoísmo. "Enseñar y cuidar el amor”
conlleva a reconocernos como atrapados por un egoísmo que se manifiesta en
dimensiones tan importantes de la vida familiar como son el ejercicio de la
sexualidad (cf. AL, 153-156), la pretensión de la paternidad y de la maternidad
como un derecho absoluto al hijo "a la carta” (cf. AL, 170) y de los ancianos
como una carga insoportable que hay que minimizar (cf. AL, 193). Buena parte de
la Exhortación ofrece valiosísimos consejos para vencer este pérfido y
resistente enemigo de la felicidad de las familias.
No obstante, en el camino de crecimiento de la familia está
el Amigo Jesús, ya que Dios no abandona a sus hijos en su tarea de construir su
familia.
El evangelio de la familia es una buena noticia porque no es
un ideal inalcanzable. Hay Alguien, Jesús, que nos ayuda a conseguirlo,
dándonos la posibilidad de superar y sanar nuestras fragilidades. De ahí que el
recurso a la Gracia, por medio de la oración y los sacramentos, sea el consejo
básico que se da a las familias, el principal tesoro que la Iglesia les ofrece.
La vida familiar, que nace con el matrimonio y se prolonga
hasta el final de la vida en esta tierra, es un proyecto que conlleva una serie
de elementos constitutivos y que es camino de felicidad y plenitud sólo si
dichos elementos se asumen y se viven idóneamente a lo largo del tiempo.
Enseñar a ser feliz, siendo familia,implica ayudar a que se consideren dichos
elementos como caminos de plenitud más que como dificultades.
El primer elemento es la convivencia. Ayudar a la familia es
enseñarle a convivir. El Papa sugiere el ‘himno a la caridad’ (1 Cor 13) como
la mejor escuela para esta asignatura fundamental. Como en cualquier
aprendizaje, se encontrarán dificultades y ayudas, pero el esfuerzo diario en
este tema es un requisito indispensable para una vida familiar plena.
El segundo es la generación y educación de los hijos, que
pertenecen al proyecto familiar desde su origen. Por ello, es necesario
aprender a ser padre y madre (cf. AL, 172-177); y esto desde la necesidad de
ser responsables en la generación de los hijos, donde la virtud de la
generosidad tiene un papel fundamental (cf. AL, 222), hasta el empeño en una
tarea educativa que va desde la formación de la conciencia a la transmisión de
la fe y que exige un uso inteligente de los distintos recursos pedagógicos que
los padres tienen a su disposición, sin excluir la firmeza y el castigo cuando
fuera necesario (cf. todo el capítulo 7).
El tercero es el ejercicio de la sexualidad como parte
fundamental de la vida matrimonial y, para los cristianos, camino de unión con
Dios. Para ello resulta necesario aprender a valorar y a purificar. Valorar,
para no caer en concepciones distorsionadas que niegue la santidad de la vida
conyugal y del placer que lleva unido (cf. AL, 157); purificar, para evitar que
la insaciabilidad del deseo de placer lleve a formas de dominio incompatibles
con la dignidad de la persona o ciegue las fuentes de la vida convirtiéndolo en
un acto marcado por el egoísmo.
El cuarto es el paso del tiempo, con sus consecuencias en el
modo de percibir y expresar el amor y en la situación real de la vida de la
familia (sin hijos, con hijos que van creciendo, otra vez solos). Enseñar a
reinventarse en cada etapa es enseñar a vivir una de las características
esenciales del amor auténtico, que ni pasa ni envejece (cf. AL, 163-165).
El quinto es la presencia del sufrimiento y la muerte (cf.
AL, 253-258), ya anunciadas en la fórmula misma del consentimiento pero cuya
aparición constituye siempre un reto para la familia, que debe asumirlo como
parte integrante de esa "historia de salvación” que están realizando junto a
Dios.
Finalmente, el sexto es el carácter abierto de la vida
familiar, que se expresa en su inserción en la propia familia en sentido
amplio, pero también en su capacidad de tejer relaciones con otras familias con
quienes comparten vecindad o amistad y en su preocupación concreta y generosa
por quienes atraviesan dificultades materiales. Sólo aprendiendo se evita el
riesgo de que el amor, demasiado cerrado en sí mismo, se estanque; y se logra
que las familias cristianas, viviendo con naturalidad su propio camino, sean
testigos del evangelio de la familia para quienes conviven con ellas (cf. AL,
182-184).
Ahora me quiero referir a la Pastoral Familiar. El Papa
deliberadamente excluye presentar todo un programa de pastoral familiar (cf.
AL, 199), pero en la Exhortación (capítulos 6 y 8) ofrece indicaciones
preciosas tanto sobre el método propio de la pastoral familiar como sobre sus
tiempos privilegiados.
El método de la pastoral familiar propuesto por Francisco
debe ser realista, positivo y progresivo.
El realismo debe impulsar a quienes se dedican a la pastoral
familiar a no quedarse en formulaciones teóricas, "desvinculadas de los
problemas reales de las personas” (AL, 201). Por ello debe atender también la
situación de cada familia, para ofrecer a cada una la ayuda que necesita. La
imagen del "hospital de campaña”, donde los heridos reciben ayuda para su
dolencia específica y no una asistencia genérica. "Interesa más la calidad que
la cantidad; hay que dar prioridad, junto con el anuncio renovado del kerigma,
a aquellos contenidos que, comunicados de manera atractiva y cordial, les
ayuden a comprometerse en un camino de toda la vida” (AL, 207). El Papa concede
una gran importancia a los pequeños gestos, a veces surgidos de la religiosidad
popular (cf. AL, 208) y, sobre todo, al recurso a la confesión y a la dirección
espiritual (cf. AL, 204, 211).
Hay que partir de aquellos elementos positivos que se
encuentren en la situación de cada familia, "a fin de poner de relieve los
elementos de su vida que pueden llevar a una mayor apertura al Evangelio del
matrimonio en su plenitud” (AL, 293). De este manera, las semillas de bien (cf.
AL, 76) que puedan encontrarse incluso en las situaciones más complicadas,
servirán de estímulo para emprender −con el auxilio de la Gracia− un itinerario
de conversión y de crecimiento.
Por último, el método debe ser progresivo, conduciendo a las
personas por un plano inclinado y discerniendo cuál es el mayor bien posible en
cada momento del camino, sabiendo que pueden darse circunstancias atenuantes,
que hay que tener en cuenta a la hora de juzgar la moralidad de algunos casos
(cf. AL, 301-303). Ese discernimiento permitirá, en quienes plantean
situaciones matrimoniales irregulares, determinar los pasos que deben darse
para su mayor integración en la vida de la comunidad cristiana. Lógicamente, se
trata de discernir el grado de coherencia que las personas van logrando en su empeño
por vivir el evangelio de la familia en su plenitud, no de adaptar éste a las
percepciones o condicionamientos subjetivos (cf. AL, 297).
Respecto a los tiempos, el Papa privilegia algunos:
*preparación al matrimonio (remota o inmediata), *acompañamiento a las familias
(especial atención a los primeros años y ayuda en la superación de crisis), y
*una amorosa solicitud tanto por quienes no han constituido una familia según
el evangelio como por quienes han fracasado en este camino y han emprendido
otro que objetivamente se aleja de las enseñanzas de Cristo y de la Iglesia.
Dos criterios para la acción pastoral: 1.-Las crisis no se
identifican con el fracaso, sino con una oportunidad para crecer. Esto exige a
la Iglesia una atención particular a la preparación de quienes se dedican a la
pastoral familiar y que se continúen y favorezcan iniciativas que ya existen
para ayudar a los matrimonios a superar estos momentos tan delicados. 2.- El
rol fundamental del sacerdote. La pastoral familiar se concibe en todos sus
tiempos como un acompañamiento, en el que cada familia encuentra luz y aliento.
Corresponde al sacerdote ayudar a que las inteligencias se abran y los
corazones se enciendan con el evangelio de la familia. De este ‘evangelio’ es
servidor y no dueño. Hacia Cristo tiene que llevar a cada persona; también a
quienes viven en situaciones irregulares. El discernir cuándo cada persona ha
decidido volver a hacer vida suya el evangelio de la familia, es su tarea, su
responsabilidad y su gozo.
Para concluir los invito a elevar la siguiente oración:
"Santa Familia de Nazaret, que nuestras familias sean un lugar de comunión,
cenáculo de oración, auténticas escuelas del Evangelio y pequeñas iglesias
domésticas. Que desaparezcan de las familias episodios de violencia, cerrazón y
división; que quien haya sido herido o escandalizado sea pronto consolado y
curado. Santa Familia de Nazaret, hagan que todos tomemos conciencia del carácter sagrado e inviolable
de la familia, de su belleza en el proyecto de Dios. Jesús, María y José,
escuchen acojan nuestra súplica”. Amén
¡¡¡Madre del Valle, refugio de las familias; ruega por
nosotros!!!