Julián Assange, el WikiLeak y un fabuloso “tsunami” en internet

Hace una semana a Julián Assange no lo conocía nadie. Ahora lo andan buscando la Interpol para meterlo preso y un número desconocido de individuos para matarlo. Assange es el que destapó una olla en la que había un cuarto de millón de documentos supuestamente reservados, de esos que les dicen “top secret”.  
martes, 7 de diciembre de 2010 00:00
martes, 7 de diciembre de 2010 00:00

Si esos documentos hubiesen llevado nuestra firma o la de Juan de los Palotes no hubiera pasado nada, pero la que puso “el gancho” en los papeles –entre otros personajes más o menos importantes -, fue la Señora Hillary Clinton, jefa del Departamento de Estado de los Estados Unidos de Norteamérica, considerado como el país más poderoso del planeta. Sin ánimo de incursionar en la chismografía, cabe aclarar que la Señora Hillary es la esposa del ex presidente Clinton, el del “affaire” con Mónica Lewinsky en el - ¿Indiscreto? -, Salón Oval de la Casa Blanca.

A estas horas debe ser muy difícil localizar un medio periodístico que no se haya hecho eco del accionar de Julián Assange al disponer la divulgación de estos documentos. Estas noticias no encajan ni en “locales”, ni en “nacionales” ni  en “internacionales”: tienen carácter “universal” y producen conmociones comparables –por caso-, con  el estallido de la Segunda Guerra Mundial, el arribo del hombre a la Luna, el asesinato de John Fitzgerald Kennedy o la caída del muro de Berlín por no citar otros  sucesos que conmovieron el mundo y  que ningún medio puede  ignorar

Medio como de refilón, a la Argentina le tocó una porción del escándalo al trascender el contendió de uno de esos documentos en el cual el Departamento de Estado del Tio Sam se  pre-ocupaba por el estado de la salud mental de nuestra Presidente. Obviamos detallar el cúmulo de desmentidas, adhesiones y denuestos que se originaron.

Suponemos que a los yanquis les hubiera sucedido algo parecido si nosotros, a través de nuestro embajador en los EE.UU., hubiésemos averiguado si el presidente Obama tiene hongos entre los dedos  de los pies o la Señora Clinton  padece de diverticulitis intestinal y flatulencia crónica.

Se trata de cuestiones relativamente íntimas poco indicadas para ser divulgadas masivamente como lo hizo Assange.

Se nos ocurre que este escándalo ha sido posible debido a los avances tecnológicos de  que disponen los embajadores a quienes sus respectivos gobiernos les encargan tareas de inteligencia y no todos  poseen habilidades para la alcahuetería de alto nivel. En Archivo conservamos antecedentes vinculados con los procedimientos que se empleaban antes del advenimiento de las comunicaciones satelitales. Se utilizaban las “valijas diplomáticas” y eran los Agregados  Militares (O Navales o Aeronáuticos) de las embajadas los que manejaban el espionaje.

Al entonces mayor Juan Domingo Perón lo corrieron de Chile porque –según se dijo-, habría sido sorprendido comprándolo unos mapas a un chileno influyente. Luego se habría podido  establecer que esos documentos eran los que usaban los chicos en la escuela primaria para estudiar Geografía.

Destinado  a Italia, Perón adquirió amplios conocimientos sobre el fascismo de Musolini.

Lo cierto es que las valijas diplomáticas eran  respetadas a rajatabla y ni siquiera durante la Segunda Guerra Mundial las valijas de la embajada alemana en Buenos Aires fueron revisadas, pese a los denodados esfuerzos que, en forma conjunta, efectuaron los Estados Unidos de Norteamérica, Inglaterra y los franceses. Las actividades antiargentinas de los nazis fueron denunciadas y detalladas por el diputado Adolfo Lanús en su libro “Campo Minado”.

El manejo de esas valijas se hacía bajo severas normas. Nos consta por haberlo visto  en los vuelos CAM (Correo Aéreo Militar) que efectuaba la Fuerza Aérea Argentina en la década de los años ’50 con aviones Avro Lincoln con destino final en Miami desde donde se cursaban las valijas hacia Washington, sede de la embajada argentina.

Los embajadores también han cambiado. Antes eran profesionales de la diplomacia.  Ejercían la “carrera diplomática”. Ahora son en su mayoría políticos  o personas de confianza de los presidentes sin mengua que, algunas veces, se designa como embajador a alguien a quien se desea lejos de Buenos Aires, como hizo el Dr. Arturo Frondizzi con el Brigadier Jorge Horacio Landaburu, uno de los jefes del movimiento que derrocó a Perón el 16 de setiembre de 1955: lo designó embajador en Japón. En esos tiempos no había servicios aéreos como los actuales con ese país y una carta demoraba alrededor de treinta días porque los servicios postales se hacían en barcos.

Lo cierto es que Julián Assange ha demostrado que con un simple “click” se puede poner en jaque al país más poderoso del orbe y amargarle la vida a un crecido número de funcionarios de todo el mundo que confiaron en la supuesta privacidad del sistema y ahora descubren que esa privacidad no era tal y que la reserva en las comunicaciones es algo inexistente en la práctica.

Obviamente, ya estarán trabajando los especialistas, los “anti-hacker”, los que diseñarán dispositivos a prueba de los Assange y sus posibles seguidores. La tecnología moderna ofrece infinitas posibilidades pero nada volverá a ser como era antes y cuando estemos “chateando” con un amigo cuidaremos  nuestro vocabulario y nuestras expresiones. Por las dudas. Al parecer, en Internet todo es posible. Incluyendo un “tsunami” 

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