Homenaje del ámbito de la Salud a la Virgen del Valle

“Que María nos ayude a tener una mirada esperanzada frente al dolor propio y ajeno”, expresó Monseñor Luis Urbanc, durante la misa celebrada en la Catedral Basílica.
martes, 25 de abril de 2017 14:37
martes, 25 de abril de 2017 14:37
El ámbito de la salud rindió su homenaje a la Madre del Valle en la Santa Misa presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, en la noche del lunes24 de abril.
 
Estuvieron presentes las principales autoridades, el personal médico y administrativo de los hospitales, sanatorios, clínicas, obras sociales, SAME, la Pastoral de la Salud y Pastoral de las Adicciones y el Servicio Sacerdotal de Urgencia. Arribaron al Santuario Mariano desde los distintos centros de salud con las imágenes de la Virgen del Valle de sus respectivas instituciones, colocadas en urnas adornadas con cariño y devoción. Mientras tanto, el Paseo de la Fe se vio colmado de ambulancias con sus balizas encendidas, vehículos oficiales y de atención primaria de la salud, para ser bendecidos por el Obispo, una ceremonia ya tradicional.
 
El Obispo inició su homilía agradeciendo la presencia de quienes prestan su servicio en el ámbito de la salud tanto en dependencias estatales como privadas y a sus autoridades, como también a los miembros de las pastorales que trabajan con los enfermos. Y rogó "que la Madre Celestial los siga cuidando y motivando en la loable tarea que llevan a cabo en el variopinto mundo del sufrimiento y del dolor humano”.
 
"En este segundo día del Septenario se nos propuso meditar sobre la necesidad de formarnos en la fe y vida cristiana como una exigencia del mismo bautismo, lo que conlleva un permanente empeño de conversión”, expresó y pidió "a la Virgen María que nos siga ayudando a descubrir el verdadero espíritu cristiano que debe animarnos en el servicio a nuestros hermanos, especialmente con los que sufren de cualquier modo; y que tengamos una mirada esperanzada frente al dolor propio y ajeno”.
 
En el inicio de la Liturgia de la Eucaristía, una gran columna se formó para acercar las ofrendas al altar, en la que los trabajadores de los centros de salud y organismos de Salud, como integrantes de pastorales del sector, entregaron alimentos, agua y elementos de limpieza para los hermanos más necesitados.
 
Luego de la bendición final, el Obispo bendijo las ambulancias y vehículos de asistencia médica en el Paseo de la Fe, elevando súplicas a Dios por los enfermos, a quienes deban asistir y los profesionales médicos.
 
TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA
Queridos devotos  peregrinos:
                                                     En este segundo día del septenario se nos propuso meditar sobre la necesidad de formarnos en la fe y vida cristiana como una exigencia del mismo bautismo, lo que conlleva un permanente empeño de conversión.
           
Hoy están rindiendo su homenaje a la Virgen del Valle hermanos que prestan su servicio en el ámbito de la salud tanto en dependencias estatales como privadas. También miembros de la pastoral de la salud, de la pastoral de las adicciones y del servicio sacerdotal de urgencia. A todos, junto con sus autoridades, les agradezco su presencia. Que la Madre Celestial los siga cuidando y motivando en la loable tarea que llevan a cabo en el variopinto mundo del sufrimiento y del dolor humano.
 
El Señor nos ha convocado para celebrar el misterio eucarístico. Cristo que sufre está presente en el dolor de la humanidad. No sólo siente compasión por la humanidad, sino que vence el sufrimiento y la muerte con su resurrección. El Misterio Pascual de Jesucristo, que acabamos de celebrar solemnemente, es la solución a la enfermedad, al dolor, al sufrimiento y a la muerte: Cristo, que es el único que cura, el Médico divino.
 
Las religiones dan diversas respuestas al misterio del sufrimiento. Según algunas de ellas la causa del sufrimiento reside en las acciones negativas del pasado y podemos ser liberados del sufrimiento mediante el conocimiento de la verdad que deriva de la palabra de Dios. Otras, con una visión más amplia, sostienen que la vida es siempre sufrimiento y su causa es la pasión del egoísmo. Para liberarse de esta pasión es necesario eliminar el egoísmo y todo tipo de deseos, siguiendo una visión, un pensamiento, una palabra, una acción, una vida, un esfuerzo, una atención y una meditación como deben ser. Otras afirman que el sufrimiento se debe simplemente a la oposición a las leyes de Dios y que Dios mismo lo remediará. Para otras, el origen del sufrimiento son las obras malas de los hombres contra su propia vida y contra la de los demás: delitos morales como el robo, la esclavitud, etc., que alteran los espíritus y deben ser aplacados con sacrificios.
 
San Juan Pablo II, en Salvifici doloris, n° 3, afirma que "el sufrimiento sigue siendo un hecho fundamental de la vida humana. En cierto sentido, es tan profundo como el hombre mismo y afecta a su misma esencia"; por tanto, el sufrimiento no es un mal en sí mismo, sino la consecuencia del mal. No es una culpa, sino la consecuencia de la culpa. Aquí nos acercamos a la concepción cristiana, que ve en el pecado original la fuente venenosa de todos los sufrimientos. Para nosotros, los cristianos, lo tremendo no es el hecho de que el sufrimiento sea generalizado, sino la solidaridad en el mal. El sufrimiento deriva del mal y, encerrado en sí mismo, resulta absurdo e inexplicable. La respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento ha sido dada por Dios al hombre en la cruz de Jesucristo. El sufrimiento, consecuencia del pecado original, asume un nuevo sentido: se convierte en participación en la obra salvífica de Jesucristo (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 1521). Con su sufrimiento en la cruz, Cristo venció el mal y nos permite vencerlo también  nosotros. Nuestros sufrimientos cobran sentido y valor cuando están unidos al suyo. Cristo, Dios y hombre, tomó sobre sí los sufrimientos de la humanidad, y en Él, el mismo sufrimiento humano asume un sentido de redención. En esta unión entre lo humano y lo divino, el sufrimiento produce el bien y vence el mal.
 
El Nuevo Testamento hace una descripción detallada de este misterio: "Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por ustedes, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo" (Col 1,24). "Nos consuela en toda tribulación nuestra, para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios. Pues, así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación. Si somos atribulados, lo somos para consuelo y salvación de ustedes; si somos consolados, lo somos para el consuelo de ustedes, que los hace soportar con paciencia los mismos sufrimientos que también nosotros soportamos. Es firme nuestra esperanza respecto de ustedes; pues sabemos que, como son solidarios con nosotros en los sufrimientos, así lo serán también en la consolación" (2Co 1,4-7). "Los exhorto por la misericordia de Dios, a que ofrezcan sus cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios" (Rm 12,1). "Estoy crucificado con Cristo, y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2,19-20). "En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo" (Ga 6,14).
 
Si es tremenda la solidaridad en el mal, es maravillosa la solidaridad en el bien. El porqué de la solidaridad en el mal con Adán, el primer pecador, es imposible de comprender en sí misma. Es preciso considerarla desde el plan divino de la Encarnación del Verbo y su Pasión, Muerte y Resurrección.
 
En los textos bíblicos que acabamos de escuchar percibimos claramente este plan holístico de Dios en orden a la salvación: "todos invocaron a Dios, diciendo:
Señor, tú que hiciste el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos; tú que por el Espíritu Santo dijiste: ¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos planean vanos proyectos? Los reyes de la tierra se rebelaron y los príncipes conspiraron contra el Señor y contra su Mesías. Pues en verdad se aliaron en esta ciudad Herodes y Poncio Pilato con los gentiles y el pueblo de Israel contra tu santo siervo Jesús, a quien tú ungiste, para realizar cuanto tu poder y tu sabiduría habían determinado que debía suceder. Ahora, Señor, fíjate en sus amenazas y concede a tus siervos predicar tu palabra con toda valentía; extiende tu mano para que realicen curaciones, signos y prodigios por el nombre de tu santo siervo Jesús” (Hch 4,25-30). Por eso, a la proclamación del Salmo 2, todos respondíamos "Felices los que se refugian en Ti, Señor”.
 
En el relato evangélico el fariseo Nicodemo va a escondidas a conversar con Jesús, reconociéndolo como Maestro que viene de parte de Dios para enseñar, pues corrobora la autenticidad y trascendencia de sus enseñanzas con acciones que sólo puede realizar quien tiene el poder de Dios. Ante el correcto discernimiento de Nicodemo, Jesús le propone renacer del agua y del Espíritu para poder entrar en el Reino de Dios. También nosotros necesitamos renacer permanentemente del agua y del Espíritu para no salirnos de la órbita del reinado de Dios.
 
La respuesta cristiana al dolor y al sufrimiento nunca se ha caracterizado por la pasividad. La Iglesia, urgida por la caridad cristiana, que encuentra su expresión más alta en la vida y en las obras de Jesús, el cual "pasó haciendo el bien" (Hch 10,38), sale al encuentro de los enfermos y los que sufren, dándoles consuelo y esperanza. El mandato del Señor durante la última Cena: "Hagan esto en memoria mía", además de referirse a la institución de la Eucaristía, alude también al cuerpo entregado y a la sangre derramada por Cristo en bien de la humanidad (cf. Lc 22,19-20), es decir, el don de sí a los demás. Una expresión particularmente significativa de este don de sí es el servicio a los enfermos y a los que sufren.
 
Queridos hermanos, le pidamos a la Virgen María que nos siga ayudando a descubrir el verdadero espíritu cristiano que debe animarnos en el servicio a nuestros hermanos, especialmente con los que sufren de cualquier modo; y que tengamos una mirada esperanzada frente al dolor propio y ajeno, por cierto desde la fe que recibimos en el bautismo y que necesitamos profundizar día a día con la meditación asidua de la Palabra de Dios, el estudio metódico y la sabia enseñanza de la Madre Iglesia. Así sea.
¡¡¡María, Madre de los enfermos, ruega por nosotros!!!
¡¡¡Nuestro Señor de la Salud, ten piedad de nosotros!!!
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