La leyenda de Las Termas

En la primavera los fiambalaos dejaban el cañón en manos del anciano Atuk, para descender a las planicies.
lunes, 24 de enero de 2022 13:12
lunes, 24 de enero de 2022 13:12

   Dícese que cierta noche de luna, el sinchi Sayani, su compañera Urpi y el valiente Hakán, inmutables guardianes del Cañón del Indio, secundados por célebres guerreros, habrían alcanzado la quebrada, con el enemigo arañándoles las espaldas.

    No se sabe con precisión el período aunque se lo supone ulterior al establecimiento del“suyo” de Túpac Yupanqui, cuando desde el Tahuantisuyo contralaba con mano de hierro el formidable y poderoso imperio.

   Las infranqueables tierras catamarqueñas integraban el “uamani” y eran paso obligado en el camino del Inca hacia el Incahuasi.  Ciertamente, a su cima, desde tamañas lejuras solían verse marchar a chamanes y soldados, escoltando jóvenes núbiles y estatuillas en oro, en tributo al supremo Inti.

   En la primavera los fiambalaos dejaban el cañón en manos del anciano Atuk, para descender a las planicies. Había vicuñas y guanacos para la caza y secretos cultivos en las terrazas del Loro Huasi. Sayri, el más joven de los príncipes habría sido el celoso custodio y desde una elevada pirca vigilaba día y noche. La Pachamama proporcionaba agua y fertilidad y, a cambio, sus hijos, la reverenciaban cada primero de agosto con ofrendas.

   Nada parecía más placentero que disfrutar de la “raymi” entre los encarnados muros de Rumi Rayana. Porque allí, el Guanchín, brincaba entusiasmado entre las cortaderas, en tanto los cóndores vigilaban desde las alturas, entre el gorjeo de gorriones y jilgueros en absoluta armonía.

   Sin embargo, cierto día, (de esos que uno jamás espera ni los desea) Los Pechos de Plata y Filos de Muerte hubieron de regresar, con su carga de codicia y barbarie…

   El paso arrollador de la hueste europea habría de sorprender a los pacíficos labriegos fiambalaos, que se bañaban confiadamente en las frías aguas del Guanchín, tras ardua jornada en el maizal. Ninguno de ellos se dejaría tomar cautivo, prefirirían la muerte a los pérfidos grilletes y la mita que comenzaban a hacerse tristemente célebres en esta parte de América. Pese a que los corazones oscuros consiguieron ascender los paredones del Cañón del Indio, aquella inesperada siesta, gracias al manto de invisibilidad con que los protegiera La Pachamama, tampoco darían con la aldea.

    El sinchi Sayani, alertado por Sayri, debía alejar a los intrusos y marchó hacia las estribaciones vecinas a las tierras de Chelemín. Junto a Urpi, Hakán, Antoy, Sayri, Kusi, Ucumari y Wary, resistirían ferozmente las primeras arremetidas, permaneciendo el resto a órdenes del príncipe Sayri, ocultos en el gran médano caminante.

   Con los primeros albores, ni los gorriones ni cardenales trinaron como de costumbre y sólo los cuervos graznarían desde un añado algarrobo ermitaño. En escasos minutos, el sinchi y sus valientes, quedaron al descubierto en plena quebrada. Las diferencias numéricas eran siderales y sólo un milagro podría salvarlos. Aseveran que de entre las pircas, el cacique, supo alistar la lanza y las escasas flechas que le restaban, encomendándose a Inti. Wary, el temible guerrero que perdiera un brazo en la refriega, mordiendo un manojo de simbol, asió trabajosamente la lanza con la mano que le quedara, para gritar: -“¡Auqa, auqa!”.

      Los fiambalaos, dispuestos a todo, con los nervios tensos y las miradas chispeantes, irradiaban un coraje y entrega, extraordinarios.

     -“¡La cobardía no vivirá jamás en nuestra sangre milenaria”, aseveran que no dejaría de repetir el sinchi a sus guerreros. Siempre se recordaría que el beso a Urpi fue apasionado y fugaz, como el paso de una estrella en la noche de cielo límpido que emprendía a extinguirse. No lograba apartar la vista del “chaquiñán”. Por allí, seguramente, emergerían los de fiera y tirria mirada, precedidos de los aterradores perros carniceros que brincaban y rastreaban con las lenguas afuera, sedientas de sangre americana.

    En cierto momento Hakán disparó y la flecha fue a dar en el entrecejo del primer uniformado. ¡Ni un grito, ni un suspiro, sólo un cuerpo desplomándose, con el eco del zumbido de la flecha, perdiéndose en la inmensidad de la madrugada! Urpi y Sayani lo imitarían, desgarrando en silencio las penumbras. De repente, de diversos sitios afloraron los soldados; muchos de ellos de a caballo, con espadas y picas, escupiendo anatemas, riñendo y bramando, como si sus vidas dependiesen de cada alarido.

   Nadie nunca jamás dejará de lado el sublime grito del sinchi Sayani, impulsado quizá por fuerzas extraordinarias, en la fuliginosa y enrojecida alborada:

   -¡Suyana Nuna Inti Pachamama!, repicaría, una y otra vez, entre las peñas.

   Increíblemente, sin comprensión admisible para cualquier mente humana, en aquel preciso instante, en que el astro despuntaba somnoliento, un hilo de agua nacería bajo los pies de los bravíos fiambalaos, que sangraban a raudales. Sin embargo, tan bravos eran que sus labios no dejarían escapar un solo quejido ante las espantosas heridas, producto de la metralla de arcabuces y filos de espadas.

   La vertiente, al principio, sería un hilillo indeciso para de repente convertirse en el arrollador torrente que se precipitaría con arrebato inusitado cuesta abajo. Wayra, violento, desde los peñascos más elevados no renunciaría a lanzar con rabia, ripio y espinas, a los ojos de los forasteros. En vano, éstos, intentaban humedecer los rostros para desprenderse de la sal y el ripio de los ojos enceguecidos. En segundos el agua hubo de cubrirles hasta las rodillas.

   Al cabo, la aciaga mañana, (la muerte nunca es trofeo de nadie) cada hombre blindado que pisara el agua vertida, repentinamente, caería fulminado, con los ojos terriblemente abiertos, persistiendo en el aire el horror nunca jamás imaginado.

   Los fiambalaos también se espantarían, porque del otro lado de la cortina de agua que los envolviera, nuevamente, habíanse tornado invisibles, como acaeciera en El Cañón del Indio. Misteriosamente, uno a uno, los invasores irían sucumbiendo hasta terminar calcinados bajo el poder hirviente, vociferando, desesperada e inútilmente, ante una muerte inesperada, vestida de agua.

   -Q´uñi Pacha.- indicaría Sayani a sus guerreros, cubiertos de sangre y sudor, rayanos en el desvanecimiento.

  Donde el agua atrapara a los perseguidores ahora hervía la tierra. La ira al fin se aplacaría y metros abajo, al pie del ermitaño algarrobo, (el agua comenzaba a acumularse) los hijos de La Pachamama se animarían a mojar sus heridas, con resultados inesperados. Los más antiguos siempre lo recordarían, porque hasta el brazo del intrépido Wary se restablecería como la vida del príncipe Sayri, ultimado en la gran duna caminante.

    Desde tan gallarda lid el pueblo entero de los fiambalaos asistiría cada luna a resguardar la fuente termal de cualquier espíritu malvado.

       Lo cierto sería que, de tanto en tanto, ni bien el soberano de la vida, brota o se retira a descansar, puede sorprenderse a los amantes, Sayani y Urpi, besándose a orillas de las sagradas aguas que parecieran atesorar el más extraordinario de los amores eternos, como el espíritu de un pueblo, valeroso y temible, resistido a sucumbir en la borrasca del olvido.

    Así dicen que nacerían las termas de Fiambalá, para gozo de la humanidad, desprovista de maldad.

                                                                               Ignacio Martín Lui

                                                                             P/Guillermo Antonio Fernández

Glosario: (quechua)

Sinchi: jefe, caudillo, fuerte, valeroso, esforzado.

Sayani: yo me mantengo en pie.

Urpi: paloma

Hakán: brillante, esplendoroso.

Pachamama: el término Pachamama está formado por dos palabras de origen quechua: “pacha”: mundo, tiempo, universo y lugar, y “mama”, madre. Es la diosa de la tierra, la que concibe la vida, la madre protectora que protege, nutre y sustenta a los seres humanos. Por tales atributos es honrada.

Atuk: zorro, lobo.

Antay: cobre, cobrizo

Sayri: príncipe, el que siempre da ayuda a quien lo pide.

Kusi: alegre, feliz, dichoso.

Ukumari: el que tiene la fuerza del oso.

Wary: salvaje, indomable, veloz, incansable.

Suyo: (suyu: parcialidad, región), eran las cuatro regiones en que se dividía el territorio incaico, a su vez compuestas de provincias o wamanis (uamanis)

Túpac Yupanqui: o Túpac Inca Yupanqui. (Túpac: resplandeciente, Yupanqui: líder, guía), décimo emperador del imperio Inca.

Tahuantinsuyo: de “tahua”: cuatro,  y “suyo”: región.  El nombre hacía referencia especialmente a las cuatro regiones en que se encontraba dividido el imperio.

Wamanis: (uamanis) division territorial del imperio incaico. Los uamanis eran representados por el valle principal de la región, divididos a su vez en “sayas” o sectores, subdivididos en “aillus”que comprendían las “marca”s o parcelas de tierra que se daban a cada familia.

Incahuasi: casa del Inca

Loro Huasi: casa de los loros

Rumi Rayana: piedra rayada.

Raymi: fiesta que se da en honor a La Pachamama cada primero de agosto.

Wayra: viento

Chaquiñán: sendero, camino.

¡Suyana Nuna Inti Pachamama!: invocación de esperanza al dios Inti (sol) y la diosa Pachamama

Q´uñi Pacha: agua de La Pacha.

Yacu: agua, agua de lluvia. En Cacán o Kakán: “anco”

Q´uñiyaku fiambalaos: aguas calientes de los fiambalaos.

6
2
75%
Satisfacción
0%
Esperanza
0%
Bronca
0%
Tristeza
0%
Incertidumbre
25%
Indiferencia