El Manchao, por siempre

Altivo y pétreo, El Manchao se mantiene como excitante desafío para todos los que amamos la montaña; acontecimiento que se repitió esta última Semana Santa, cuando una treintena de excursionistas volvimos a trepar sus empinadas y escabrosas sendas rumbo a la cima.
miércoles, 24 de abril de 2019 18:48
miércoles, 24 de abril de 2019 18:48

En lo personal, era como un sueño casi obligado, porque anhelaba estar allí junto a  mis hijos, con quienes en el 2002 tuvimos un ascenso frustrado, después que una tormenta de piedras, agua y viento, nos “recomendó” pegar la vuelta en plena Pampa del Manchao, apenas 500 metros abajo de los pies del gigante.

Y esta vez la ilusión era más grande, porque lo hacía con Imanol, uno de mis muchachos, como guía, junto a Branco Joel Soria (21 años, oriundo de Fray Mamerto Esquiú), y -como mi hijo- estudiante del Profesorado de Educación Física y egresado del CIM (Curso de Iniciación a la Montaña) de la AMC (Agrupación de Montaña Calchaquí), quienes en noviembre último habían aprobado su capacitación ascendiendo a esta imponente montaña, que funciona como “cerro escuela” para los aspirantes de la actividad.

El jueves 18, al alba, partimos desde la Iglesia Vieja de El Rodeo (1.273 msnm), recorriendo esforzadamente los primeros puntos del trayecto, pasando por La Confitería (2.177) y El Morro (2.900), hasta el primer campamento en el sector de Aguas del Morro (2.785), al cabo de una dificultosa marcha por un contorno de piedras, a veces fangoso, y ante la acechante cercanía de un profundo precipicio.

El viernes 19, otra vez bien temprano, trepamos hasta Las Tinajas (3.067), el Primer Campo (3.510) y el Campo Grande (3.625), donde pasamos la segunda noche.

El sábado 20, que era “el día”, arrancamos a las 6.30 hs., avanzado hacia el Campo de las Minas (3.963) y la extensa pero menos exigente Pampa del Manchao (4.047), antes de coronar con la llegada a la Virgen del Cerro (4.535), a solo 10 metros de La Cruz (4.545 msnm), punto culminante de El Manchao, al que se accede por una breve pero riesgosa cornisa cumbrera.

El apasionante y emotivo instante de la cumbre lo compartimos con Aldo Vergara, Esteban Viera y Oscar Belmonte, tres avezados y perseverantes montañeros, quienes habían subido desde Saujil. A ellos supe frecuentar en 2007, cuando nos cruzamos en similar faena, durante un ascenso que compartimos junto a los queridos Alejandro Fernández y René Córdoba, y el inolvidable Ricardo Córdoba. Ellos venían con el mendocino Jaime Suárez, un reconocido “maestro” de la montaña, con vasta experiencia en distintas cimas del mundo.

Primero me abracé con Imanol y Branco, sin poder contener las lágrimas, con la imagen de la Virgen del Valle y la placa que recuerda al entrañable Cristóbal “Kito” Mamaní (dejó su vida en esos senderos) como silenciosos, pero protectores, testigos. E inmediatamente extendimos nuestra exaltación a los “pomanistos”, con quienes recién nos reconocimos al presentarnos, debajo del imprescindible camuflaje montañés.

En anteriores pasos, previos a la cima, nos habíamos encontrado con el “Ale” Fernández, el “Loquillo” Córdoba, Carlos García y el “Pollo” de la Orden, quienes junto a familiares y una pareja porteña de apellido Díaz (ver aparte), también cumplían con el rito “pascual” de la aventura montañera.

Igualmente, fueron muy gratos y alentadores los cruces con Andrés Ganancias -una “gacela” trepando las piedras-, como con las primas Pingittore y Vera, quienes con dos amigas y la guía fundamental del baqueano Arturo, llegaron a caballo desde Las Juntas. A otros grupos, que no identificamos, advertimos entre las penumbras de los anocheceres o los amaneceres.

Durante esos cuatro días, el tiempo fue espléndido en las tres primeras jornadas, con sol a pleno para disfrutar la inconmensurable belleza de esa inmensidad; pero el domingo nos acompañó la lluvia desde las 9 de la mañana hasta que volvimos a El Rodeo, con los últimos trechos en medio del barro, por lo que resultó imposible evitar algunos porrazos.

Gratamente pude comprobar que este quimérico reto continúa seduciendo a muchos catamarqueños, como a los argentinos de otras partes del país, convirtiendo a El Manchao en un verdadero emblema y orgullo de nuestra provincia. Por mis años, que ya se acercan a los 67, no sé si volveré, pero estoy seguro que este cerro, principal altura de las cumbres del Ambato, quedará eterna y hermosamente allí, esperándonos por siempre.

Víctor “Paco” Uriarte.

Reflexiones finales

El agradecimiento a Branco Joel Soria e Imanol Uriarte, quienes no obstante su juventud, me guiaron magistralmente y me contuvieron con el mayor esmero posible en los instantes que pude claudicar.

Y dedicado a mi esposa Gaby Buteler y mi nieta María Delfina, a quienes recién el lunes pude cumplirles con el obsequio del huevo de Pascua.

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